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OPINIÓN
Modelo K x 2: Bermúdez: Orgullo de Axel. Szewach: Está agotado
02/08/2015

El extraño modelo del que se enorgullece Kicillof

Clarín

(POR ISMAEL BERMÚDEZ) Desde el Gobierno se insiste en que a partir de 2003 se inició un proceso de “reindustrialización con inclusión social”. Y que ese sendero habría que continuar y profundizar.

Pero el propio ministro Axel Kicillof reconoció, en un reciente reportaje en Página 12, que “la Argentina tiene once terminales pero esto no quiere decir que produzcamos autos, esto quiere decir que montamos los coches, lo cual también pone mucha presión porque nos piden que tengamos salarios bajos en dólares …. De las once automotrices que hay en la Argentina ninguna es nacional, se llaman Ford, Fiat, Volkswagen, empresas extranjeras que se han venido a instalar al país porque vendemos autos caros”. Admitió que la integración nacional automotriz es del 17%. También dijo que “la Argentina tiene unos 60 millones de celulares, es una cosa de locos, y los compramos en el extranjero. Una parte se fabrica en el país pero es la menos tecnológica, no llega al 1 %. Y además el kit para armar el celular suele ser más caro que el celular ya armado”.

Una parte de esta “armaduría”, según Economía, por las exenciones impositivas en Tierra del Fuego, tiene un costo fiscal que este año suma $ 23.490 millones. Así, en lugar de desarrollarse un proceso de sustitución de importaciones, creció la dependencia externa ya que, además de la energética, la balanza comercial industrial es deficitaria en el orden de los U$S 30.000 millones anuales y va en aumento.

El índice de obreros ocupados industriales del INDEC marca que, desde 1997 en adelante, se mantuvo por debajo del nivel alcanzado ese año. El empleo industrial formal está estancado hace 4 años en torno al 1,2 millón de trabajadores. Es una cifra similar a los 1.199.665 que el Ministerio de Trabajo reporta en los distintos planes de empleo y a los 1,3 millones (7,1%) de desocupados de la medición oficial del INDEC.

Los desempleados y ocupados en planes duplican a los trabajadores industriales formales, sin contar que un tercio de los asalariados está “en negro”. ¿Esto es inclusión social? Este balance se agrava por los desequilibrios de todo orden (fiscal, deuda, monetario, cambiario, social), el vaciamiento de las reservas, las presiones devaluatorias y ahora la caída de la demanda y de los precios internacionales. Otra década industrial perdida.

Confirmado: el modelo está agotado

Perfil

(POR ENRIQUE SZEWACH)

La economía se vincula con  el escenario electoral desde dos dimensiones. La que corresponde al “presente” y la relacionada con el “futuro”. Desde el punto de vista económico, al momento de votar la gente toma en cuenta cómo está su bolsillo, pero además considera sus expectativas respecto de cómo estará en el futuro y decide en consecuencia.

Obviamente, una visión simplista indicaría que siempre un buen presente y buenas perspectivas de futuro premian al oficialismo. Y que un mal presente y una mala proyección de una mala actualidad  beneficia a los oposotores.

Pero profundizando un poco más en el análisis, cuando se mira al futuro también se considera qué candidato muestra más capacidad para “gerenciar” los problemas que se perciben adelante. Y esto último no divide aguas, necesariamente entre oficialismo u oposición. Siendo un país presidencialista, altamente centralizado y con mucho peso de las “corporaciones” en sentido amplio, la mencionada capacidad de gerenciar el futuro se evalúa más en “personas” que en qué lugar del espectro político se encuentra dicho candidato, aun cuando, por supuesto, para una parte de la sociedad el color político importa. Puesto de otra manera, sea en forma intuitiva o con el corazón, con un análisis profundo y racional, cada votante, considerando exclusivamente la economía, toma en cuenta su presente, su expectativa de futuro y la capacidad del candidato de “gobernar” ese futuro para mejor.

En este contexto, el plan electoral del oficialismo es lograr que la gente concurra a votar con un buen presente, y con buenas expectativas respecto del futuro, y mostrar a candidatos capaces de “continuar” el camino.

En cambio, el plan de la oposición es poner énfasis en los problemas del presente y su proyección hacia delante y mostrar a candidatos con capacidad para darles solución a esos problemas y ofrecer, por lo tanto, un futuro mejor.
Visto así, la economía no “se metió en la campaña”, como se ha dicho estos días a partir del aumento de la dolarización de los portafolios de los inversores (más demanda de dólar ahorro, de bonos en dólares y aumento de la brecha con el dólar libre) y del empeoramiento del escenario internacional.

La economía siempre estuvo en la campaña. En todo caso, lo que ha pasado estos días es que, por un lado, el oficialismo encuentra problemas serios en lograr que el “plan hagamos una fiestita de consumo y prometamos más de lo mismo para el futuro y después vemos” siga funcionando.
Y la oposición encuentra complicado seguir con su plan “no hablemos de economía, por ahora, para no dar malas noticias sobre lo que se viene”.
Lo que en realidad se ha metido en la campaña, es que cada vez se hace más evidente para más gente que la “continuidad” lisa y llana que se prometía desde el oficialismo, no está disponible. Y no está disponible, porque el escenario global ha cambiado.

Los precios de los commodities han bajado, y lo que ganamos por un menor precio de los combustibles que importamos lo perdemos y más con el menor precio de la soja que exportamos. Que el dólar se ha fortalecido respecto de todas las monedas regionales y hemos perdido competitividad.

Y, finalmente, nuestro principal socio, Brasil, está en medio de una recesión y una crisis política por el propio agotamiento de su populismo y por el estallido de casos de corrupción.

Sólo por este cambio de viento, habría que reorientar las velas. Pero sucede que, además, el intento de fiesta electoral ha generado niveles insostenibles de un  déficit fiscal financiado internamente por el Banco Central directa o indirectamente. Y que el “modelo” ha llevado a un tamaño del gasto público, imposible de solventar por el sector productivo.

Que el tipo de cambio real (consecuencia de ese tamaño del gasto público y del uso del precio del dólar como ancla antiinflacionaria y crear ese clima de fiesta consumista), está como en los peores momentos de finales de siglo pasado y que todo esto combinado con una presión fiscal también récord, frena la inversión privada y el empleo.

En síntesis, ahora está mucho más claro que el modelo está agotado y que les será difícil a los candidatos oficialistas defender el “más de los mismo” y seguir con la teoría de la conspiración para tapar sus errores.

Y a los de la oposición, eludir su respuesta sobre qué proponen para retomar el crecimiento.


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